A principios del siglo pasado frente a la parroquia y la plaza de armas del puerto de Veracruz, se abrió un mesón, un pequeño restaurante.
El dueño de éste establecimiento era un español, vendían una bebida con extracto de café y leche, un café con leche estilo español. En esta época tenía muy poco tiempo que se había inventado la máquina de espresso, la cual entró por el puerto como todas las cosas que entraban a Latinoamérica. Frente a este mesón y la plaza de armas pasaba el tranvía, antes de llegar a este punto el maquinista hacía sonar su campana, esa era la señal para que el mozo se aprontara a llevarle su bebida que era un café con leche, a la cual el maquinista le llamaba «Lechero».
En está época no existía el asfalto y muchos menos el concreto hidráulico, las calles eran empedradas no existían los vasos de cartón ni tampoco las tapaderas, obviamente se dificultaba transportarlo, fue por eso que el mozo en una mano llevaba el extracto de café (espresso) y en la otra llevaba una tetera llena de leche, para poder servirlo.
El alquimista acercaba el vaso y ahí mismo el mozo le servía la leche hirviendo, esto se hizo por muchos años, tocaba la campana se acercaba el mozo, tocaba la campana y se acercaba el mozo, hasta que un día solo pasó el tranvía sin hacer tocar su campana. El dueño del mesón se preguntaba ¿Qué había sucedido? ¿Por qué ya no hacía tocar su campana? ¿por qué ya no llegaba por su bebida? entonces mandó a un mozo a averiguar y se enteró de que el maquinista había muerto. Esa fue la única razón para no pasara por su bebida, que no pasara por su café, que no pasara por su «Lechero».
A partir que dieron las nuevas, los comensales empezaron a llamar al café con leche, «Lechero», en honor al maquinista, y empezaron a llamar al mozo para que les trajera dicha bebida golpeando el vaso de cristal con una cuchara simulando la campana.
Está práctica se sigue utilizando en cafeterías y restaurantes tradicionales mexicanos, y sigue siendo todo un espectáculo verlo.